Las bestias olvidadas
Ganadora de cuatro premios en Cannes (entre ellos la
“Cámara de oro” y el premio FIPRESCI “Un certain regard”) y nominada a otros
cuatro (incluyendo “Mejor película”) para los premios de la Academia, La niña del sur salvaje se ha convertido
una película fetiche para muchos críticos que han encontrado en ella el
nacimiento de una joven estrella – Quvenzhané Wallis, nominada a la categoría
de Mejor Actriz con sólo seis años- y un film de un “poderoso realismo poético”,
narrando la cruda realidad de la Louisiana profunda durante la catástrofe del
Katrina.
Filmada en 16mm, con una cámara nerviosa que combina
un estilo austero con una fuerte imaginería fantástica, la obra de Benh Zeitlin
narra la historia de Hushpuppy, una chica que vive con su comburente padre en el
imaginario “The bathtub”, una especie de Macondo pantanoso en algún rincón
profundo de la Lousiana rural. La intro presenta al pueblo en su forma más
ensoñada, una especie de comunidad al otro lado del dique de contención, que vive
festivamente en una zona tapada por el agua, un carnaval insomne en un rincón
olvidado del mundo. Un ligero cambio de tono que se da luego de esta intro haría
pensar en un súbito adentramiento a la realidad, la resaca carnavalesca de esa
forma de vida en donde casi todos los mayores parecen estar perpetuamente
borrachos, pero curiosamente, pese a ese contexto embarrado, oxidado y
putrefacto que es llevado a pantalla, el film nunca se aparta de ese tono
fantástico que rodea a ese microcosmos alternativo.
Luego de un fuerte huracán, casi todos los
habitantes de The bathtub desaparecen, quedando sólo una pequeña comunidad de
residentes tan locos como el padre de Hushpuppy, que intentan aferrarse a aquel
lugar pese a los problemas de la inundación y a escondidas de los controles de
evacuación, con unos helicópteros que para aquel mundo parecen tan foráneos
como objetos voladores no identificados.
Lo curioso de La
niña del sur salvaje es una particular alteración en el sistema de escalas.
Mientras que en la mayoría de las películas se suele utilizar a la mirada de
los niños como catalizadores fantásticos de un entorno que en la realidad
parece ser descorazonador, en La niña del
sur salvaje esa mirada no es tanto –o sólo- de la niña como de la comunidad.
Todos en The bathtub viven esa realidad de una forma arrojada y salvaje, pero
justamente esta posición no es tanto una marca de carácter, sino una estrategia
vital en sí misma. En esta relación, la película vuelve una y otra vez sobre la
inclusión del hombre a una escala animal, donde parece haber una relación
depredador-presa que se perpetúa y reproduce a lo largo de todo el metraje. El
cuento de cómo la madre de Hushpuppy mató a un cocodrilo, los animales muertos
al costado del río, la enseñanza de cómo comer un cangrejo, todo es carne,
todos somos la carne de otro animal, “todos vivimos en el maravilloso buffet
del universo”, tal como le dice al resto de los niños una tosca mujer que
introduce una mitología sobre una especie de jabalíes gigantes que gobernaron
la tierra antes de los hombres de las cavernas –y que con las glaciaciones
quedaron congelados, prontos para despertar por el calentamiento global.
Quizás en este mismo punto es donde se pierde la
riqueza original del título (“Bestias del sur salvaje”) que, como es costumbre,
fue alterado ridículamente para las exhibiciones en Latinoamérica. La marcha de
los jabalíes, con ciertas referencias inevitables a la existencial Where the wild things are, es la marcha
inevitable de la muerte –o el mero fin de las cosas-, a la que los hombres –que
también son bestias a otra escala- ya no pueden darle la espalda.
En este mosaico de imágenes poéticas podría
encontrarse una gran riqueza, pero lamentablemente el film recae demasiado
seguido en la verbalización, casi en la moraleja explícita de estas escenas. El
acompañamiento musical siempre parece estar de lado de las grandes reflexiones,
la gran sabiduría del “buen salvaje”, libre de las ataduras del Estado, del
materialismo, de todo tipo de control, que por momentos bordea la incómoda romantización
de la pobreza. Hay grandes momentos que hablan por sí solos, como el gesto del
padre de salir de su desvencijada casa para enfrentar a la tormenta con una
escopeta para que Hushpuppy pierda el miedo, pero a la par de estas situaciones
bien logradas conviven monólogos que están embebidos de un exceso de
importancia, de una enseñanza vital demasiado a la vista.
Es en este punto que la película temblequea, en lo
que podría haber sido el acierto del retrato fantástico de una comunidad digna
en sus mismas falencias y “bestialidades” y el enaltecimiento explícito de las
mismas por medio de reflexiones que no parecerían provenir tanto de sus bocas
como del director detrás de la cámara.
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