lunes, 14 de enero de 2013

El molino y la cruz (Lech Majewski, 2011)



Rasgando el lienzo

Lech Majewski (egresado de la prestigiosa universidad de cine de Łódź, hogar de su célebre compatriota polaco Krzysztof Kieslowski) es, junto a Peter Greenaway, uno de los más insignes traductores del lenguaje pictórico al cinematográfico de la actualidad. Gran parte de su carrera ha sido dedicada a estudiar o retratar la vida y/o obra de diferentes artistas, como el caso de Jean Michelle Basquiat (en la película Basquiat -1996) y Hyeronimus Bosch (The Garden of earthly delights -2004).

En el caso de El molino y la cruz, parece continuar el legado de El Bosco, centrándose esta vez en Pieter Brueghel, posiblemente el más representativo e innovador de los pintores flamencos. La vida de Brueghel –por esto nos referimos a la recopilación de data biográfica extendida a lo largo de los años- es bastante escasa, por lo que hacer un retrato de su vida significaría completar un cuadro en base a unos pocos trazos dispersos. Pero este no es un film sobre el pintor, sino un film sobre un cuadro, pero no la construcción histórica en donde se produjo la obra, sino una película que es el cuadro. La obra en cuestión es Camino del calvario (fechada en 1564, actualmente en exposición en el Museo Kunsthistorisches, de Viena) una de las obras más subversivas de Brueghel, en donde, mediante el uso de simbolismos, retrataba las contradicciones inherentes de la inquisición española, al mando del sanguinario Felipe II, quienes tuvieron un rol muy activo en la persecución y ejecución sistemática de los integrantes del proceso de reforma protestante en Flandes.
En un magistral juego de escalas, Majewski entra en pequeños detalles del cuadro de Brueghel, como si hiciera un agujero en el lienzo y se metiera dentro de cada una de las escenas. Pero al mismo tiempo, Majewski mete dentro del cuadro a Brueghel, que más que un pintor, parecería ser una mente maestra diseñando un gargantuesco tableaux vivant con todos los personajes que inundan sus cuadros. Y aún más allá, mete dentro de la misma dimensión del cuadro, no sólo a Brueghel, sino sus fantasías, la reescritura de la crucifixión de Jesús emplazada en el siglo XVI.

Este complejo sistema de cuadros dentro de cuadros funciona en base a distintas viñetas que se van extendiendo y solapando mutuamente, como si fueran pequeñas piezas de puzle que se van encontrando desde diversos rincones del modelo original. Estas viñetas están construidas en un estilo que prescinde todo tipo de diálogo, casi en todos los casos prefiriendo por dotar a los personajes de un paralenguaje que colinda con los simples gruñidos o vociferaciones. En esta inmersión en los detalles se retrata con una extraña naturalidad los métodos de los inquisidores españoles, personajes casi sin rostro, como si fueran Nazguls de casacas rojas que atacan a algunos campesinos perdidos en la inmensidad del territorio. Esta extraña naturalidad por la que muchos especialistas criticaron a El molino y la cruz de fría, no debería tomarse exactamente como tal, prevaleciendo más bien un tono similar al de las películas de Roy Andersson, sólo que suplantando lo comédico por lo dramático.

Los únicos que hablan en el film son el mismo Brueghel (que explica algunas de los simbolismos usados en el cuadro, quizás el momento más pedagógico –pero curiosamente interesante) y uno de sus mecenas, sumándole la participación de Charlotte Rampling como madre de Brueghel –y a la vez madre de Cristo-, quien en un extraño sistema de voiceovers tiene en el film una participación tan extraña y desajustada como la de Sean Penn en El árbol de la vida.

Considerando que son dos films recientes del director y que ambos se adentran en dos importantes obras flamencas, sería válida la contraposición de The garden of earthly delights y esta, como obras que actúan como mutuo reverso. En contraposición el tono formal y la perfecta estilización que habita en El molino y la cruz, The garden of earthly delights está íntegramente con una temblorosa cámara de mano, en el formato de un video casero de una pareja. El movimiento de los personajes hacia la obra también es opuesto: mientras que en El molino y la cruz se produce un adentramiento del autor a la obra, The garden justamente hace el movimiento inverso –una pareja obsesionada con la famosa obra de El Bosco que da nombre a la película, enfrentándose a la enfermedad terminal de uno de ellos intenta recrear en su vida misma algunas de las escenas del cuadro, como la construcción artificial de un edén en el que puedan ser inmortales. Finalmente, la emoción también pasa por sendas prácticamente opuestas, algo que se podría contraponer en ese particular tono de extrañeza que circula alrededor de El molino y la cruz y el tono dolorosísimo y trágico que pesa sobre la vida de los dos protagonistas de The garden of earthly delights.

En una película con diálogos que se pueden contar con los dedos de la mano, en determinado momento del film llega del mismo Brueghel una frase reveladora: “la mayoría de los grandes momentos de la humanidad pasaron desapercibidos por la mayoría de la gente”. En ese zoom out que sale del molino y se aleja hasta encontrar al cuadro de Brueghel en un silencioso pasillo del Museo Kunsthistorisches vemos este curioso pacto del pintor con el silencio. La vida continúa como si nada, pero en esa pintura vive y se sigue agitando las grandes atrocidades de un tiempo ya olvidado.

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